En septiembre de 1668 salió de Florencia, capital del Gran Ducado de Toscana, el joven príncipe heredero, Cosme de Medici, acompañado de un distinguido séquito de intelectuales y nobles. Iniciaba un viaje que habría de llevarlo por tierras de la Península Ibérica hasta Santiago de Compostela.

Tenía el príncipe un carácter particularmente devoto, muy influido por su madre, la gran duquesa Victoria della Rovere, y modelado por los jesuitas. De ahí que gustase de visitar los grandes santuarios católicos. Sin embargo, no era ése el principal motivo de su viaje. Para la formación de un futuro gobernante,  el conocimiento directo de la que todavía era una de las monarquías más influyentes de Europa, a la cual el mismo Gran Ducado de Toscana debía en buena parte su existencia, resultaba especialmente recomendable

Había también razones de índole personal. Su matrimonio con una princesa francesa, Margarita Luisa de Orleans, era fuente constante de preocupaciones. El carácter de la joven, ligera, orgullosa y ávida de diversiones, se compaginaba muy mal con el de su piadoso, reservado y algo mojigato marido. La oportunidad de un largo viaje, que evitara por una temporada los sinsabores de la convivencia fue sugerida por el propio padre de Cosme, el Gran Duque Fernando II.

En calidad de “camaradas”, como dicen los documentos, el Gran Duque había designado a Paolo Falconieri, arquitecto, pintor y matemático, miembro de una noble familia florentina; el conde Lorenzo Magalotti, secretario de la llamada Academia del Cimento, sociedad científica, fundada por el Cardenal Leopoldo de Medici, que seguía los métodos de Galileo; los marqueses Philippo Corsini y Vieri Guadagni y el médico Giovanni Battista Gornia. De todos ellos, la personalidad más destacada es la de Lorenzo Magalotti, a quien debemos la crónica más extensa y detallada del viaje.  Como complemento a la misma conservamos también los diarios más o menos minuciosos que llevaron el marqués Corsini y el médico Gornia.

En este viaje se tomó además la feliz iniciativa de incluir en el séquito a un artista: Pier Maria Baldi, para que registrase gráficamente todos los lugares donde el príncipe se detuviese. Actualmente la obra más conocida de este pintor es precisamente la serie de acuarelas que acompañan el texto de Magalotti en el códice de la Biblioteca Laurenziana.

El día 18 de septiembre de 1668, por la mañana, partió el príncipe de Florencia en carroza, acompañado por dichos camaradas y seguido por la comitiva de su servidumbre en dirección a Livorno. Allí embarcó en una galera toscana con la que fue bordeando la costa ligur y después la francesa, hasta el golfo de León y la frontera española. El 24 de septiembre fondeaban en Cadaqués, primer puerto de la corona de España; el 27 en Rosas, el 28 en Palamós, después de una navegación penosa, y finalmente el 29 avistaban Barcelona, meta del viaje marítimo y punto de arranque para el recorrido por el interior de la Península.

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