Hoy, día internacional del Refugiado, los alumnos del IES «Medina Azahara» han participado en el homenaje a la memoria de Lázaro Cárdenas, con la lectura del fragmento de la «Odisea» de Homero en que se narra el encuentro de Odiseo con la princesa Nausica en la isla de Esqueria (según algunos, la actual Corfú). La belleza del texto, que reproduzco a continuación, se ve realzada por el valor ejemplarizante de la escena, de absoluta vigencia en estos días.

ENCUENTRO DE NAUSICA Y ODISEO EN LA PLAYA

“Mas cuando ya estaba a punto de volver a su morada, unciendo las mulas y plegando los hermosos vestidos, Atenea, la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa para que Odiseo despertara de su sueño y viese a aquella doncella de lindos ojos, que debía llevarlo a la ciudad de los feacios. La princesa arrojó la pelota a una de las esclavas, pero erró el tiro, precipitándola a un hondo remolino; entonces todas gritaron muy recio. Con sus voces despertó el divinal Odiseo y, sentándose, comenzó a revolver en su mente y en su corazón estos pensamientos:

– ‘¡Ay de mí! ¿Qué hombres habitarán en esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses? Desde aquí escucho el femenil bullicio como de jóvenes ninfas que habitan en las altas cumbres, en las fuentes y en los prados cubiertos de hierbas. ¿Me hallo, por ventura, cerca de hombres de voz articulada? Ea, yo mismo probaré a salir e intentaré averiguarlo.’

Hablando así, el divinal Odiseo salió de entre los arbustos y en la poblada selva desgajó con su fornida mano una rama frondosa con que cubrir su desnudez. Se puso en camino, lo mismo que un montaraz león, seguro de su fuerza, sigue andando a pesar de la lluvia o del viento. Así había de presentarse Odiseo a las doncellas de hermosas trenzas, aunque estaba desnudo, pues la necesidad le obligaba. Y se les apareció horrible, sucio con los desechos del mar; y todas huyeron, dispersándose por las empinadas orillas. Pero la hija de Alcínoo se quedó sola e inmóvil, porque Atenea dio ánimo a su corazón y libró de temor a sus miembros. Permaneció, pues, delante del héroe sin huir; y Odiseo meditaba si convendría rogar a la doncella de lindos ojos, abrazándola por las rodillas, o suplicarle, desde lejos y con dulces palabras, que le mostrara la ciudad y le diera con qué vestirse. Después de pensarlo bien, le pareció que lo mejor sería rogarle desde lejos con suaves voces, no fuese a irritarse la doncella si le abrazaba las rodillas. Y entonces pronunció estas dulces e insinuantes palabras:

– ‘¡Yo te imploro, oh reina, seas diosa o mortal! Si eres una de las deidades que poseen el anchuroso cielo, te hallo muy parecida a Artemis, hija del gran Zeus, por tu hermosura, tu porte y natural. Y si naciste de los hombres que moran en la tierra, dichosos mil veces tu padre, tu madre y tus hermanos, pues deben de alegrarse a todas horas de verte salir a tomar parte en las danzas. Y dichosísimo en su corazón, más que otro alguno, quien consiga llevarte a su casa por esposa. Que nunca se ofreció a mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado atónito al contemplarte. Y así me infunde miedo abrazar tus rodillas, aunque estoy abrumado por un pesar muy grande. Ayer logré salir del espumoso mar, después de veinte días en que me vi a merced de las olas y de los veloces torbellinos. Ahora algún dios me ha arrojado acá, para que padezca nuevas desgracias, que no espero que éstas se hayan acabado, sino que los cielos me reservan otras muchas todavía. Pero tú, oh reina, apiádate de mí, ya que eres la primera persona a quien me acerco después de soportar tantos males, y me son desconocidos los hombres que viven en la ciudad y en esta comarca. Muéstrame la población y dame un trapo para atármelo alrededor del cuerpo, si al venir trajiste alguno con que envolver la ropa. Y los dioses te concedan cuanto en tu corazón anheles.’

Respondió Nausícaa, la de los níveos brazos:

— ‘Forastero, ya que no me pareces ni vil ni insensato, sabe que el mismo Zeus Olímpico distribuye la fortuna por igual a los buenos y a los malos, y si te envió esas penas debes sufrirlas pacientemente. Pero ahora que has llegado a nuestra ciudad y a nuestra tierra, no te faltará vestido ni ninguna de las cosas que por decoro ha de alcanzar un pobre suplicante. Te mostraré la población y te diré el nombre de sus habitantes: los feacios poseen la ciudad y la comarca y yo soy la hija del magnánimo Alcínoo, que los gobierna.’

Y diciendo así, dio esta orden a las esclavas, de hermosas trenzas:

— ‘¡Deteneos, esclavas! ¿Adónde huís, por ver a un hombre? ¿Pensáis acaso que sea un enemigo? No hay ni habrá nunca un mortal terrible que venga a hostilizar la tierra de los feacios pues a éstos los quieren mucho los inmortales. Vivimos alejados y nos circunda el mar proceloso; somos los últimos de los hombres, y ningún otro mortal tiene comercio con nosotros. Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los forasteros y los pobres pertenecen a Zeus y cualquier pequeño don que se les haga es grato al padre de los dioses. Así, pues, esclavas, dad de comer y de beber al forastero, y lavadle en el río, en un lugar que esté resguardado del viento.’

Así dijo. Se detuvieron las esclavas y, animándose mutuamente, hicieron sentar a Odiseo en un lugar abrigado, conforme a lo dispuesto por Nausica, hija del magnánimo Alcínoo. Dejaron cerca de él un manto y una túnica para que se vistiera; le entregaron, en una ampolla de oro, líquido aceite y le invitaron a lavarse en la corriente del río. Después le llevaron alimentos y bebida. Y el paciente divinal Odiseo bebió y comió ávidamente, pues hacía mucho tiempo que estaba en ayunas”

(Homero: “La Odisea”, Canto VI)

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